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Entrevista a Eduardo Elsztain Te transcribimos una entrevista realizada por la periodista Luciana Vázquez para su libro "La educación de los que influyen. ¿Vale la pena estudiar en Argentina", reproducida también en Revista Noticias. Su infancia, el legado familiar, la religión, sus colegios, la militancia en el Nacional Bs As, los viajes, su encuentro con Soros y hasta consejos para padres. Imperdible.

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- ¿A qué escuela primaria iba?

Elsztain:
A un colegio que no existe más, el Madame Renard. Fue un lugar muy muy bueno. Después, durante el secundario en el Buenos Aires, tuve un período de mucho liderazgo. Era el encargado de juntar fondos para viajar a fin de año. Lográbamos que toda la división viajara gratis. Sentía una superresponsabilidad. Lo hacía con otro amigo, Guillermo Freund. Sentía que estaba manejando el bien público.

- Me gustaría saber cómo era esa primaria.

Elsztain:
En primer grado, fui a un colegio público de la calle Larrea entre Córdoba y Paraguay. Como en tercer grado se separaban chicas y varones, mamá me cambió al Madame Renard. Quedaba en Cerrito y Posadas. Era doble turno. Tenía mucho inglés. Yo había hecho primer grado estatal. No entendía nada y sufría como un condenado, así que durante los primeros años de la Renard, era el único que iba solamente a la mañana, y yo me veía como retrasado.
Después mamá me anotó en Inglés dos veces por semana, en un instituto a la vuelta de casa, el William Blake, en Paraguay entre Pueyrredón y Ecuador.

- ¿Qué hacían su mamá y su papá?

Elsztain:
Mi mamá era maestra. Había hecho su secundaria en un liceo común. Mi papá había ido al Ward, un internado, porque mis abuelos vivían en el interior. Se recibió de médico. Brillante médico. A los tres años, dejó todo para trabajar con mi abuelo. Nunca más ejerció; creo que fue un error grave: hubiera sido un brillantísimo médico, pero el mandato familiar pesaba.

- ¿Cuál era el discurso paterno sobre el trabajo o sobre la educación?

Elsztain:
Mi vieja estimulaba mucho todo lo que era saber, vivir distintas cosas. Cuando dejé el doble turno, me mandaba a talleres en Sentir y Pensar, una especie de instituto con todo tipo de actividades: cine, filatelia, teatro, visitas a fábricas. Era un lugar fabuloso.

- ¿Por qué fue al Nacional de Buenos Aires?

Elsztain:
Creo que tuvo mucho que ver con una directora del Renard. Se llamaba Ana María Reigosa.

- ¿Tenía conciencia del peso que tenía el Colegio?

Elsztain:
Sabía que era difícil entrar. Para mí, el ingreso era una cuestión lúdica. No tenía un pariente que me hablara de la mística del Buenos Aires. Pero Ana María me decía: “Es una pena que no entres al Colegio. Vas a entrar refácil”. Y mi mamá decía lo opuesto: “No te metás, es mucho esfuerzo”.
Aprobé el examen por la falta de dimensión de la empresa. Entré raspando. Fue un secundario más de entrenamiento de vida que de aprendizaje de saberes académicos. Los años en el Colegio me aceleraron el proceso adulto.

- ¿Tuvo militancia estudiantil?

Elsztain:
Siempre era delegado o subdelegado. Lo vivía con mucho compromiso, pero eran años muy duros. Me acuerdo de las reuniones fuera del colegio, porque estaba el Gobierno militar. Empezaron a desaparecer los pibes. Cosas muy traumáticas. El Buenos Aires era un colegio donde la realidad estaba mucho más expuesta. Es una escuela intensa, que te lleva mucha energía; es todo un régimen. (...) Hay padres que son ex alumnos del Buenos Aires cuyos pibes se torturan todas las vacaciones para entrar. Mi hijo mayor no eligió el Buenos Aires y no fue un tema para mí.

- ¿Cómo sobrellevó la rutina del Buenos Aires?

Elsztain:
Era un estudiante normal, de un promedio entre 7 y algo y 8. No era de los mejores.

- ¿Cree que el Nacional es una cantera de amigos para toda la vida? Allí conoció a su ex socio, Marcelo Mindlin, por ejemplo.

Elsztain:
Sí, puede ser. Las relaciones que armás ahí son relaciones para siempre.

- En esos años de finales del secundario, ¿ya sabía qué quería hacer después de recibido?

Elsztain:
No. Terminé el colegio y tuve que hacer un año de colimba. Después me tomé otro año. Ahí hice la Escuela de Líderes en Jerusalén. En las tardes, en la adolescencia, yo estudiaba en el Club Hebraica, en la Escuela de Líderes.
Es un ambiente de educación formal para chicos del club. Y más adelante surgió la posibilidad de ir a Israel por un año. Fue una beca en Jerusalén por un año. Educación formal superexigente.

- ¿Cómo obtuvo la beca?

Elsztain:
Aplicás durante un año y después das un examen al final.

- ¿Ese viaje era parte de un plan profesional que se estaba proponiendo?

Elsztain:
Lo hice más porque estaba buenísimo. Pensá que terminé un colegio difícil. Hice el servicio militar. El año en Jerusalén fue un año de cambio en mi vida: yo tenía unos 19 o 20 años. Era salir de tu casa solo, estar un año en otro país. Fue mi primera salida al mundo. Ya en Buenos Aires, estuve trabajando en colegios y en clubes. Después empecé Medicina, en la UBA. Como había ido seis años al Buenos Aires, entré sin examen.

- Una vida de médico tal como había elegido inicialmente su padre.

Elsztain:
Sí, pero después me di cuenta de que no tenía que repetir la historia. Y empecé Económicas, también en la UBA. A la mañana, hacía una carrera y a la tarde, la otra. Al mismo tiempo, puse una empresa con Guillermo Freund, mi amigo del Buenos Aires. Proveíamos información computada de los precios de los mercados de la construcción.

- ¿Cuándo dejó la Universidad?

Elsztain:
En 1982, a los tres años de empezar. Cuando volví de Israel, mi papá se iba a Disney con mis hermanos y yo quería ir. Di libres las materias de tercer año de Medicina, me fui de viaje y ya no retomé. De Disney me fui a Nueva York. Era el sueño del pibe, me encantaba. Me imaginaba ir a Nueva York a hacer negocios. Económicas también la dejé a los tres años, cuando empecé a hacer una operación comercial muy grande. Era la venta de un terreno de la embajada soviética, dos manzanas en Belgrano. La facultad no me interesaba mucho: no es que no se podía pensar, pero eran módulos muy masivos, aulas de cien personas. A mis hermanos sí les recomendé que siguieran con la Universidad, pero yo quería trabajar.

- ¿Eran días de encerrarse en una oficina a mirar balances y documentos o días para generar contactos?

Elsztain:
Hacía de todo un poco. Fueron años de mucha formación, de conocer el negocio muy desde adentro. La venta de los terrenos de la embajada fue mi primer logro concretado fuera de la familia. Cuando mi abuelo quedó viejito y sin ganas de comprar, igual me llamaban los brokers inmobiliarios. Yo no tenía plata, pero escuchaba. Y así fue como se me acercó gente de la embajada soviética. Yo era muy chico: tenía veinticuatro años, pero era bárbaro.

- ¿Cuál fue la clave para el negocio?

Elsztain:
Ver la oportunidad. Esa capacidad es una bendición de mi abuelo antes que el resultado de un estudio.Yo veo un negocio y enseguida sé si es una oportunidad o no Es intuición.

- ¿Qué siguió?

Elsztain:
Justo ese año, en 1984, después del negocio de la embajada, conocí a un americano que manejaba los fondos de Templeton.

- ¿Cómo lo conoció?

Elsztain:
A través de una amiga de la William Blake que era su traductora. Al final hicimos un desarrollo de viviendas detrás del cementerio de José C. Paz. Fuimos socios durante una década: años de mucha formación. Él era inversor, y yo, asistente. Le traía las computadoras de los EE. UU. Las cargaba como un beduino. Y traía a mis compañeros del Buenos Aires para que me ayudaran.

- ¿Cuál fue el primer inversor que confió en usted?

Elsztain:
El primer inversor que tuve se llama Sammy Rod, antes de George Soros; un señor que conozco mediante el rabino de Nueva York.

- La comunidad judía parece importante en su crecimiento.

Elsztain:
Puede ser que en la comunidad haya una cuestión de conocimiento, pero Sammy es un hombre muy particular, muy especial. Él vive en los EE. UU. Vino acá. Quería comprar en Bariloche, pero justo yo me fui un año entero a vivir a Nueva York, en el 90.

- ¿Cómo accedió a George Soros?

Elsztain:
Tengo un amigo que se llama Miguelito, que es socio de David, que conoce al asistente de Soros, que me dio una tarjeta. Lo vi al asistente de Soros, le interesó la idea, y me pasó al analista de inversiones. Es una serie de tres reuniones. La reunión con Soros fue de una hora. Le conté que veía una oportunidad en la Argentina. Le gustó la idea. En aquel momento, yo tenía una oficina de un ambiente. Tenía dos personas trabajando conmigo. No era ni un banco ni un gran inversor. Y George me dijo: “¿Cuánto te animás a manejar?”, y yo le dije un número: era lo que manejaba Peter.

- ¿Qué hizo en Nueva York en 1990?

Elsztain:
Me tomé un año sabático. Quería estudiar la Torah, estudios judíos.

- ¿Por qué? Eso lo sacaba de los negocios.

Elsztain:
Sí, y sin embargo fue el año que más crecí. Eran años muy caóticos, la híper, era muy difícil hacer negocios, así que me tomé un año entero. Estudiaba toda la mañana. Me iba a las 7 de la mañana, estudiaba hasta las 11 u 11.30 y después a la tarde trabajaba, hablaba por teléfono por las inversiones de acá.

- Algunos de estos inversores ¿influyó en su acercamiento a la espiritualidad judía?

Elsztain:
No. En eso hay mucho mito. Soros nunca me preguntó por la Torah. Tuvo peso el rabino de Nueva York, que dedicó su vida a ayudar y a enseñar. Es un gran líder.

- ¿Cree que se puede diseñar de algún modo el futuro de los hijos?

Elsztain:
No creo que un padre le pueda armar el destino a un hijo. Podés darle herramientas, pero lo más difícil es conectarlo con lo que le gusta.

- ¿Ve a sus hijos como herederos?

Elsztain:
Es un problema. Dejarles un negocio es dejarles una carga. Si les dejás acciones, pueden comprarlas, venderlas... lo que quieran.

- Y a partir de eso, hacen su destino.

Elsztain:
Yo creo que es mejor el que se anima y arriesga y, por ahí, pierde que el que recibe todo hecho. Este sólo está pensando en cumplir, en cuidar lo que recibe y se le embromó la vida.

- ¿Cuáles son las cosas que vale la pena ofrecerles para su futuro?

Elsztain:
Es más importante que sean buenas personas y no tanto que sean los más destacados. Cuantas más herramientas tengan, más útiles van a ser. Me acuerdo de la puja de mi vieja con mi abuelo: mi abuelo quería que yo trabajara en la empresa de la familia, y mi vieja, que hiciera mi trabajo por afuera. Yo trabajaba los fines de semana con pibes en los colegios. Ganaba cien pesos. Mi abuelo me decía: “Pero yo te voy a pagar diez veces más”. La vida de los hijos no se puede programar.

- ¿Cuál era la expectativa de sus padres respecto de su futuro?

Elsztain:
Que fuera médico. Decirles que me iba a dedicar a hacer negocios, que no iba a terminar Medicina, romper con el mandato familiar de terminar la carrera fue terrible. Me pesó mucho. El mandato familiar no era continuar con el negocio, sino ser un profesional. Sin carrera, parecía que no iba tener un futuro. Yo no tengo ningún compañero del Colegio que no sea profesional.


Luciana Vazquez
lucianae.vazquez@gmail.com

Entrevista publicada en el libro "La educación de los que influyen. ¿Vale la pena estudiar en Argentina", de Luciana Vázquez, publicado por Editorial Sudamericana y reproducida en REVISTA NOTICIAS (8 de Enero 2011)

© ReporteInmobiliario.com, 2003-2011, sábado 29 de Enero de 2011

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